Para estrenarme publicando contenido, voy a retomar un viejo artículo que en su día comencé, obviamente se trata de una mera opinión, la de un servidor.
El otro día me volvieron a preguntar si no me gustaría vivir de la música. Es decir, dedicarme a lo que me gusta y ganar dinero con ello. Es una pregunta que me han hecho muchas veces y, aunque antes de contestar suelo dudar un momento, mi respuesta final siempre es la misma: NO.
Esta respuesta siempre provoca miradas de ceño fruncido y media sonrisa, así que esta vez he decidido analizar exactamente por qué siempre digo “no”. Después de mucho darle vueltas al coco, llegué a la conclusión de que para mí, el planteamiento vivir de la música es un error que se compone a la vez de varios errores, vamos por partes:
El primero es que hayamos pasado a entender la música como algo puramente comercial, como decía el ilustre Risto Mejide “un producto”, así que, de alguna manera, todas las bandas que pretenden “vivir de la música” están obligadas a convertirse en una marca. Sé que suena muy tópico, pero voy a poner un ejemplo para explicar lo que trato de decir: me vienen a la mente las identidades visuales del Black Metal por hablar de la parte más extrema, anárquica/anti-sistema de la música. Todas ellas, aún por muy complicados, confusos y caóticos que se me muestren, tienen sus ilegibles y enrevesados logotipos, convirtiéndose así, supongo que sin darse cuenta, en obedientes partícipes del sistema creado para identificar y captar a sus seguidores.
Al final del día, la mayoría de estas bandas, sus miembros y sus logotipos (que por otro lado nos encantan), son exactamente lo que se espera de ellos y creo que eso es lo que contradice su propio espíritu rebelde/marginal.
Por este motivo creo que hay algunas bandas actuales que, desmontando el mito y dándole un nuevo valor artístico a la vez que estético a estos géneros, han conseguido estar en boca del público más exigente, gente como Deafheaven, Oathbreaker, bandas que están rompiendo ese molde, aportando nuevos tonos de gris en la paleta blanco y negro del género (pero este, quizá sea otro debate). En cualquier caso, para mí, el error sigue siendo el mismo, ¿tienes una banda de rock o una marca de merchandising?
El segundo error, es que hoy en día, sólo importa el cuánto: ¿cuántos discos vendes? ¿Cuántos se han descargado de tu página web? ¿Cuántos fans tienes en Facebook?
Pero no nos importa demasiado el qué: ¿qué estás haciendo? o utilizando los términos de la industria: “¿qué estás ofreciendo?”. Nos estamos limitando a un mundo en el que simplemente mandan las cifras, sin tratar de aportar nada nuevo. En ocasiones he recibido críticas sobre la música que hago en mis diferentes proyectos, por mezclar demasiadas cosas y, en realidad, yo suelo tener la sensación de que nos quedamos cortos.
Pero, ¿se debe tratar de descubrir cuál es el resultado de 6 músicos tocando juntos sin condicionamientos? ¿O de decidir qué clase de música tienes hacer para conseguir los resultados comerciales que se esperan de tu grupo? De ser así, en mi humilde opinión, ya no eres un músico, ni mucho menos un artista, porque sencillamente no estás creando nada, estás dando lo que se espera de ti, ni más ni menos.
Y este es un error que se está cometiendo tanto por parte de los músicos, como por parte de los seguidores. Al menos a mí me sucede en muchas ocasiones como receptor de otras bandas.
La música se presenta así y vale esto
Deberíamos cuestionarnos si es “necesario” que las bandas editen cada año o dos años: un periodo de composición resumido en 12 tracks, compuestos en diferentes momentos y estados de ánimo, colocados de determinada manera después de una dilatada discusión entre la banda, el productor, el manager…etc, todos metidos dentro de un paquete de plástico o cartón, a un precio estimado por la cuantía media del sector… La respuesta a mi juicio es, una vez más, NO.
Esto me lleva a otro error. A fin de cuentas, lo que la gente está pagando hoy en día no es la música, sino el envoltorio. Es decir, como ya no compramos cedés, tenemos que sacar ediciones especiales hechas con materiales exclusivos: un disco adicional de remixes, directos e imágenes en vídeo, un libreto de muchas páginas con todas las letras del disco y sobreinformación que probablemente nadie va a leer, de modo que, al final, esos 12 temas quedan eclipsados por toda esa parafernalia. El contenido muerto a manos del continente. La obra del artista queda reducida a una majestuosa presentación. Es como si en el mundo del arte plástico, en lugar de vender la obra del artista, se mostrase en el panfleto del museo lo maravillosamente enmarcado que está el cuadro, y que premiase su compra con una tarjeta-regalo impresa en serigrafía -sobre papel de arce canadiense- en la que se detallase la lista de materiales que ha utilizado el artista.
Como artistas, nosotros mismos estamos anulando el valor que pueda tener nuestra música. Yo como ustedes, colecciono música, me gustan los plásticos, mirar los cantos de los vinilos y colocarlos por orden diferente de vez en cuando, abrir los digipak de 3 cuerpos, ver el cartón impreso en los lomos interiores, claro que me gusta que esté cuidada la edición, si no fuera así no tendría un sello (Autobombo), pero no puede ser el motivo por el que compras el album… esto a mi juicio carece de sentido, puede parecer una locura, pero conozco gente que tiene ediciones sin abrir de su plástico.
La industria musical es solamente eso, una industria, y se limita a regir cómo ha de moverse la música en su aspecto comercial. El problema es que todos, desde el “creador” hasta el receptor, nos estamos dejando gobernar por esas normas.
¿Qué sentido tiene ver lo que ya has visto o escuchar lo que ya has escuchado?
“Yo hago lo que la gente quiere, lo que piden los fans”, error: la gente (o la mayoria) quiere lo que la industria le obliga a querer. Si no existiera ese sentimiento absurdo que oscurece la mente del músico: el “vivir de la música”, no enunciaríamos tan alegremente frases como ésa, no al menos dentro del sistema en el que por desgracia funcionamos.
Cuando el artista quiere vivir de su música, deja de ser un artista para convertirse él también en un producto (lamento darle la razón a Risto). Porque la industria le obligará a pagar un precio y ese precio es su música.
Sus discos se tendrán que adaptar a lo que la industria considere que puede comercializar más rápido. Llevan años dirigiendo al público hacia una serie de fórmulas simples y pegadizas (esto es algo demostrado) que hace que los costes para crear discos, singles y abrumadores éxitos de ventas sean menores.
Si evitamos una estructura compleja en la canción, la canción tardará menos tiempo en hacerse. Cuantas menos horas de estudio, más dinero se podrá destinar a la promoción, inserciones en TV, en radio… Así que finalmente nos encontramos con un producto cuadriculado y comercial, que ocupa y genera su propio mercado, anulando la facultad de gestación de un gusto musical personal y dejando de lado al resto de estilos existentes.
Quizá por este motivo la figura del DJ tiene tanta presencia en este mercado hoy en día, la radiofórmula cada vez más acotada, temas cortados por el mismo patrón que luego serán promocionados machaconamente por el DJ de turno a lo largo y ancho del planeta azul. Los gastos que supone para una multinacional la figura de un DJ en sus filas, aun teniendo una infraestructura en muchas ocasiones monstruosa e innecesaria, es mucho menor que los ingresos que produce. Y no es que tenga nada en contra de los Djs, todo lo contrario…
La cosa es que la velocidad a la que sus éxitos pueden atravesar todas las fronteras es sencillamente abrumadora. La inexistencia de músicos hace que los tiempos de creación y composición se ven mermados y, de la misma manera las de horas de estudio. La labor se reduce a una única persona: el productor. El productor pasa a ser hoy en día el creador.
Así que vuelvo a plantearme la pregunta del principio: ¿Es mi sueño vivir de la música? Y he de decir que, después de toda chapa y siendo consciente de que también cabe la posibilidad de que esté totalmente equivocado, mi respuesta sigue siendo: FUCK, NO!.
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